lunes, 28 de septiembre de 2009

ORALIDAD Y ESCRITURA





Según Alvaro Díaz (1989), el texto es concebido como un conjunto coherente y cohesivo de actos comunicativos, codificados por medio de oraciones relacionadas temáticamente. El texto no puede ser reconocible por su tamaño sino por su realización y no es simplemente una cadena de oraciones o enunciados bien formados gramatical y semánticamente, sino una muestra de la lengua que posee textura. Esta última es una condición del texto que permite interpretar las oraciones como un conjunto, estrechamente relacionadas entre sí, y no como una simple secuencia de oraciones independientes.

Para María Helena Rodriguez (1988) los textos, en una perspectiva sociofuncional, son selecciones, recortes, opciones del potencial de significado contenido en el lenguaje. Son encuentros semióticos a través de los cuales se intercambian los significados que constituyen el sistema socia. Todo texto se define como la realización de un potencial de significado, como potencial actualizado. Es lo que se quiere decir seleccionando entre una serie de alternativas que constituyen lo que se puede decir. El recorte guarda estrecha relación con las intenciones del emisor, quien deja en los textos marcas de su intención para que sean inferidas por el lector. Esos marcadores de intención se distribuyen en el nivel superficial o lingüístico, en el nivel preposicional o de las ideas o en el nivel ilocucionario.

En este orden de ideas, la producción del texto exige una diferenciación entre el discurso oral y el escrito por parte de un escritor. El discurso oral tiene lugar en un contexto de situación, es decir, en un conjunto de condiciones de carácter social emocional y cultural que determinan el acto lingüístico. Por eso cuando se habla no es necesario ser demasiado explícito pues gran parte de la significación esta fuera del texto. Dentro del marco de la situación muchas referencias se presentan claras y, por otra parte, el discurso oral, dada la presencia del interlocutor, tiene la oportunidad de obtener respuestas que permiten al hablante modificar el código que esta utilizando.

En los discursos orales, el hablante no sólo produce significación mediante las palabras que escoge, sino también mediante pausas, cambio de ritmo, de tonos, de velocidad, de gestos de movimientos. El interlocutor infiere los significados no solamente de las palabras que oye sino de los ademanes que las acompañan. El discurso escrito, por el contrario, carece de un contexto situacional, por lo que hay que crearlo lingüísticamente, por eso, es más difícil comunicarse por escrito. La persona a la que va dirigido este tipo de discurso no está presente, por tanto no se beneficia de la gran ayuda que prestan la entonación, las pausas, los gestos.

En tal sentido, el objetivo de la adquisición de la escritura es la capacidad de producir mensajes que cumplan su función comunicativa, respondiendo a las expectativas del emisor y receptor en contenido y en forma, es decir, el dominio del lenguaje escrito. Llegamos a dominar el lenguaje cuando el mensaje que producimos cumple con nuestras propias expectativas y no sólo con las del receptor. El sujeto puede tener suposiciones acerca del lenguaje escrito aún antes de dominar las convenciones de la modalidad escrita. Conocer el lenguaje escrito implica necesariamente la diferenciación textual, es decir, la capacidad de producir textos lingüísticamente diferenciados para circunstancias enunciativas contrapuestas, en otras palabras, saber producir mensajes lingüísticamente diferenciados para una carta, una descripción, una narración. Narrar y describir pueden definirse como circunstancias enunciativas contrapuestas en relación con modelos y usos sociales de la escritura. (Liliana Tolchinsky, l990)


No hay comentarios:

Publicar un comentario